lunes, junio 21, 2010

Espeluznante

Aquella mañana de miércoles ya peinaba canas cuando se hizo presente en mí el anuncio de que el ciclo natural de los procesos digestivos estaba deseoso por dar un nuevo paso en su imparable ascenso hacia el súmmum de su completitud química y mecánica. Este sensible hecho sacudió mi desvelo laboral y me expulsó de mi silla con rueditas, era momento de detener el tiempo entre azulejos y porcelanas.
Tras deslizarme con mis suelas de goma por el extenso pasillo abrí, con ímpetu, la tercer puerta a la izquierda...o mi primer puerta hacia lo espeluznante.
Adentro, el zumbido de las computadoras era reemplazado por el incómodo silencio previo a la batalla. Esporádicos y de poco brillo, diálogos pre fabricados irrumpen aquel misterioso silencio. 
Para ir al sector de máxima privacidad una puerta mas hay que pasar, es justo antes del protagónico salón principal: el mas grande de los salones luce distintas generaciones de cerámicas, ofrece mingitorios paralelos, bachas con rejillas erosionadas por el paso de la yerba, y canillas inteligentes; Dos torpes expendedoras de papel que acusan brindar un servicio de ilimitadas porciones tienen sus tachos debajo. Y la periferia al tacho.
Abrí la siguiente puerta para entrar al sector de necesidades requerientes de altos niveles de privacidad. El mínimo espacio muestra la carta con 4 opciones, todas con sus pros y contras.  Frente a este momento repleto de puertas, azorado se me presenta una sórdida analogía con Alicia en el País de las Maravillas. 
Uno tiene sus preferencias, sus segundas opciones, sus dudas y el no. Ante eso subyace su disponibilidad. Con el sutil empujoncito que se le da a la manija de la puerta indicada nos damos cuenta de que si la desafinada trabita esta puesta, la puerta inamovible pasa a ser índice de que el interior esta temporalmente habitado. 
En el otro y obvio rincón, si la puerta cede facilmente ante la sutileza de nuestro  movimiento, nos encontraremos con el fin del recorrido y el comienzo de un nuevo estadío.
A veces.
Mi fe, mi ceguera y mi instinto obstinado desean nunca haber tenido la chance de estar escribiendo ahora que estas verdades no son tales.
A veces. 
Apoyé mi mano sobre la la manija de la puerta que desemboca en el primero de los cubículos. Muy lentamente comencé a ejercer una leve presión y la puerta empezó a ceder.
Con la confianza en alto y basada en la reciente y satisfactoria primera experiencia sobre la puerta, di mas potencia al movimiento....
La puerta se abrió y salieron todos los males. Era la puerta del horror, del miedo, del deseo de no querer pertenecer a este mundo... 
El sopor y la sorpresa se hace inmensa y compartida. Ahí hay un indefenso grandulón que comienza a achicarse, con barba candado, frágil como nunca lo ha estado, cayendo a tierra por la puerta de atrás.
Justo ahí es cuando el tiempo se esfuma y la imagen se asemeja al El Grito de Munch.
Perplejo lo maldigo por dentro y aseguro no merecer enterarme de sus verdades y ser testigo de esa desagradable composición de la imagen. 
De algún modo pude salir de esa situación atemporal y cerré la puerta velozmente para evitar que esa imagen se propague por el ambiente. 
Pero no. El aire ya estaba impregnado con la imagen del camino que nunca se ha de volver a pasar.
Debilitado y tambaleando fui hacia otra puerta, la opción correcta, a tratar de empezar de cero, pero a sabiendas que a metros nomás deambulaba la reina de las incomodidades...



2 comentarios:

Laura dijo...

Situación harto embarazosa.
No hace mucho me sucedió algo similar, y los ojos desorbitados de la dama aun me persiguen en noches de terror.

Guille dijo...

fuf